El Desierto de Bolarque

Decían que tal era su aislamiento que las tropas napoleónicas, que intentaron saquearlo en varias ocasiones, jamás lo encontraron. Decían que extrañas nieblas que se alzaban de los ríos desorientaban al invasor a cada intento. También espantosas tormentas, que se formaban como por ensalmo sobre aquellas cumbres. Decían que el rey Felipe III, cuando visitó el lugar, quedó horrorizado por las escarpaduras y fragosidades que creaban Tajo y Guadiela en su confluencia, en el lugar que con justicia llamaban La Olla, pues aquello no era junta de afluente y caudal, sino violento encontronazo de dos iguales, topando testuz contra testuz entre crestas y aristas pavorosas. Decían que el lugar estaba infestado de alacranes, sierpes y alimañas, pero que en dos siglos y medio de existencia jamás fue importunado ni uno de aquellos frailes enloquecidos de fe. Decían que en el estrecho pedazo de cielo que el abismo permitía atisbar, de tarde en tarde se veían fulgores y extraños prodigios,...