La Ermita de la Virgen del Pilar de Altarejos




Después de Tejeda la Vieja y de la Cueva Santa de Mira, que ya abordamos hace unos días, ésta es la tercera y última entrega del ciclo de santuarios rupestres marianos en la Serranía de Cuenca. Con diferencias obvias entre los tres: en Tejeda, la Virgen fue sacada de su cueva y llevada al Convento Viejo (y hoy al Nuevo, en Garaballa). En la Cueva Santa el culto continuó siendo completamente cavernario. Altarejos supone el punto intermedio: la vieja cueva fue ampliada y convertida en una peculiar iglesia barroca, soterrada y vaciada en la roca arenisca, absolutamente capadocia. El espacio que faltaba después de ahuecar la peña fue añadido con un cuerpo de obra construido al exterior.

La obra se llevó a cabo a principios del siglo XVIII, bajo el patrocinio del undécimo marqués de Moya y octavo duque de Escalona, don Juan Manuel Fernández López Pacheco (1648-1725). Es tradición que en el vaciado de la peña intervinieron canteros vascongados, que también levantaron la casa del santero a sus pies, de recia fábrica. Además de la capilla mayor y presbiterio, se talló en el lado del Evangelio una amplia capilla, con una encantadora falsa bóveda esculpida. En el lado de la Epístola se vació la sacristía, más reducida. De ambas parten dos galerías que tras girar sus respectivos cuartos de vuelta desembocan en el camarín, de nuevo profusamente escupido y que recibe luz natural por un ventanuco abierto en la parte posterior del peñón. Dentro de la misma risca nace un diminuto manantial, que quizás tuvo que ver en la elección ancestral de este lugar como asiento de cultos.

La Virgen de Altarejos (que con anterioridad a 1746 ya había adquirido la advocación actual de Virgen del Pilar) repite los patrones cultuales de otras antiguas vírgenes de la Serranía de Cuenca y del Sistema Ibérico en general. Los cultos en el lugar, con seguridad prerromanos, se reactivan tras el proceso de anexión y repoblación del territorio a comienzos del siglo XIII, culminado con la puebla regia de Moya en 1210. La hierofanía que la tradición aporta fue la aparición el año 1208 al pastor Juan Gil Ráez, natural de Valdemoro, al rajarse de repente la peña y aparecer en una concavidad la imagen mariana. Catorce pueblos levantaron la primera ermita y catorce pueblos tenían el derecho y la obligación de acudir en romería con la cruz parroquial al frente, en las propias fechas y en la común, el 1 de septiembre. Aquí nos encontramos (como en Tejeda, como en Santerón, como en la Cueva Santa) con el patrón de lugar inhóspito y yermo que es cita anual o septenal entre poblaciones comarcanas, tanto para compartir la Divinidad como para dirimir asuntos vecinales. Dejar de asistir a las romerías suponía la pérdida del derecho tradicional para el pueblo díscolo. De hecho en la actualidad sólo cinco localidades mantienen la tradición y el derecho a peregrinar: Campillos-Sierra, Huerta del Marquesado, Valdemoro-Sierra, Tejadillos y Valdemorillo de la Sierra.

La ermita está a poco más de 5 kilómetros de la localidad de Campillos-Sierra, de cuyo término municipal forma parte. Se accede por una cómoda pista de tierra, apta para cualquier tipo de vehículos. De camino se atraviesa la Dehesa de Campillos, maravilloso sabinar del que hablaremos otro día. El lugar está acondicionado como merendero, y el valle de Altarejos es un ameno entorno con un par de magníficas caminatas por los alrededores. Es posible conseguir la llave en el pueblo (preguntad por el alcalde, sr. Pedro Soriano). La ermita, en una comarca que se ha despoblado dramáticamente, se mantiene a golpe de cabezonería serrana y donativos particulares, así que es de justicia estirarse. 















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