San Julián del Tranquillo





El pasado domingo cumplí con el rito anual y me planté en San Julián. Con una semana de demora, bien es cierto, pero nunca es tarde si la dicha es buena, y si ya Dios perdona (que es su oficio) el bueno de San Julián ni te cuento. Además, con la ventaja de disfrutar del lugar casi en absoluta soledad y contemplación, que para lo hurón que se va volviendo uno con los años no es poco acicate. A estar bien ancho sin duda ayudó la nieve, que es valor seguro para disuadir pusilánimes y para tirar fotos resultonas, aunque últimamente las fotografías de Cuenca nevada ya van siendo empalagosas, pero bueno. Así que subí con sumo cuidado el escalerón helado (para no hacer la del tío Eusebio en tiempos, que contó los peldaños con la cabeza) y me fui abriendo huella por la empinada senda, más rebién que todas las cosas. Este de San Julián es un lugar curioso. Pocas ermitas nos han quedado en Cuenca de la larga lista que tuvimos, pero si alguna se agradece especialmente que siga aquí, es esta. Y ha sido – y es así – gracias a los desvelos de mucha gente corriendo los siglos, que no viene mal recordar de vez en cuando.

La ermita de San Julián en el lugar del Tranquillo fue construida a finales del siglo XVII por el licenciado y presbítero don Francisco del Pozo, natural de Buenache de la Sierra y Capellán del Cabildo de San Ildefonso, con sede en la catedral conquense. Por entonces el culto a San Julián de Cuenca cumplía casi siglo y medio de renovado vigor. La otrora poderosa diócesis conquense había conseguido un éxito rotundo, en plena efervescencia tridentina, con la consecución del patronazgo y de la canonización de su segundo obispo, aunque había fracasado en la proyección de sus cultos más allá de los límites (muy amplios ciertamente) del obispado. Al mismo tiempo, la figura histórica de Julián ben Tauro, sin duda excepcional en tantos aspectos, quedaba sepultada debajo de una nueva hagiografía donde se fundían retazos de tradición popular con el nuevo espíritu de los tiempos, desde las consignas doctrinales que dimanaban de la Contrarreforma hasta la obsesión por la limpieza de sangre. La oleada de religiosidad que se extendió por tierras de Cuenca con el culto a San Julián a partir de mediados del siglo XVI acabó influyendo, andando los tiempos, en una multiplicidad de aspectos cotidianos. Uno de ellos es que en Cuenca no tengamos Fiesta Mayor como Dios manda, aunque sí que la tuvimos, y era pasmo de propios y extraños. Aunque de eso mejor hablar otro día.

Anda en opinión si Francisco del Pozo levantó una ermita de nueva planta o reedificó otra más antigua que ya existía en el lugar. El Padre Alcázar, que publicó su obra magna sobre San Julián en 1692, refería que “los antiguos fabricaron una ermita de San Julián que hoy dura y a quien la piedad de algunos devotos ha puesto muy decente”. Otro indicio apunta a lo mismo: el hecho de que el licenciado Pozo se gastase sus buenos cuartos en construir en un terreno que no era suyo, porque pertenecía al concejo de Cuenca, y era término cerrado. Además, Francisco del Pozo poseía un terreno colindante donde tenía colmenas, así que no tenía necesidad de construir en solar concejil teniendo suyo inmediato, salvo que mediase otra razón. Todo apunta a una tradición devocional anterior en el lugar, bien con origen en el siglo XVI en los auges del San Julián “oficial”, bien todavía más antigua, acaso de los siglos medievales y mantenida por el mismo pueblo llano que subió a los altares al obispo Julián desde el mismo día de su muerte, el 20 de enero de 1208. La visceral devoción popular a San Julián, que nunca llegó a extinguirse a lo largo de la Edad Media y nunca necesitó de papeles romanos ni de monsergas, la tradición oral que hablaba del pastor que acudió y se quedó con su grey a compartir los años de horror y miseria tras el desastre de Alarcos; el San Julián de las acémilas milagrosas, que aparecían por breñas y vericuetos trayendo esperanza a una ciudad que desfallecía; el obispo pobre que se retiraba a los covachos y crestas de roca de las Hoces de Cuenca, como veían ellos hacer a tantos ermitaños enloquecidos de fe…

El caso es que después de levantar ermita y casa de santero, y de hacer huerta y plantío de frutales con las correspondientes cerca y alberca, el licenciado Pozo se dio cuenta de que con el concejo de Cuenca de propietario el mantenimiento de aquello no iba a pintar bien, que ya parece que por entonces había cierta reputación que ha llegado hasta nuestros días, no corregida pero sí aumentada. Así que en 1691 consiguió del concejo conquense que se amojonase y acotase “el dicho sitio y pedazo de término que llaman El Tranquillo” y pasó a ejercer la propiedad de ermita y coto, que sumaba unas 22 hectáreas. Ni un minuto demasiado pronto, pues enseguida empezaron los problemas y pleitos con los ganaderos de la cuadrilla mesteña de Cuenca, que eran otros para echarles de comer aparte. No porque el lugar tuviese jugosos pastos precisamente, sino por otra serie de variadas y cainitas cuestiones.

A su muerte, acaecida en 1702, el licenciado Pozo dejó por heredero del lugar (como de todos sus otros bienes) a su amigo Francisco Zubiaurre y Hontiveros, canónigo de la Catedral, que gestionó el lugar hasta su fallecimiento, en 1720. El canónigo Zubiarre murió sin testar y como obispo electo de Córdoba de Tucumán, donde no llegó a tomar posesión quizás porque la diñó de camino, que aquello estaba donde da la vuelta el aire. La ermita de San Julián se la topó en herencia un sobrino, Manuel de Uría y Tovar, que seguía la carrera de las armas y tenía plaza en Corte. Ante la imposibilidad de mantenerla por sus constantes ausencias, ese mismo año la cedió al escribano Mateo de Cera, que era devoto juliano y había levantado con su peculio un puente sobre el Júcar para facilitar el acceso a la ermita desde la ciudad, hoy desaparecido pero que debía estar entre el aparcamiento actual del escalerón y el arruinado hocino del santero de San Juan de la Ribera, unos metros aguas abajo. Esta será la primera de las graciosas donaciones del lugar, que (pese a la pequeña huerta) era un baldío improductivo cuyos gastos, reducidos pero constantes, solamente se justificaban desde una óptica devocional.

En los descendientes de Mateo de Cera se mantuvo como propiedad particular hasta finales del siglo XVIII. Por entonces el lugar de El Tranquillo lo tenía por sucesivas herencias familiares Antonio Mazo de la Vega, racionero de la Catedral. El retorno de la posesión a un capitular facilitó la donación al Cabildo catedralicio, que tuvo lugar en 1795. En lo sucesivo, los canónigos nombrarían de entre ellos a un "protector" para el mantenimiento de la ermita, del lugar y de los cultos. El informe del primero de ellos, el canónigo Lopezrráez, incide en el mal estado de las construcciones, poco mantenidas durante mucho tiempo, que contrastaba con la abundante vegetación que poblaba el lugar, los árboles muy crecidos, el gran emparrado frente al diminuto templo y la magra huerta en plena producción. La ermita se reparó, se dotó con imágenes nuevas, se adecentaron caminos y escalerón, se rehicieron mojones y límites y por supuesto se volvió a pleitear con los pastores por mínimos dimes y diretes que acabaron embrollados hasta elevarse al Honrado Concejo de la Mesta.

Más de lo mismo, y algún problema nuevo: los escándalos que las buenas gentes de Cuenca causaban en el lugar durante la vecina romería de San Juan de la Ribera, sin duda más el más desenfadado y golfo festejo que nunca tuvo la ciudad del cáliz y la estrella. Durante la víspera y noche de San Juan Cuenca se vaciaba hasta no poder encontrar en ella más de tres o cuatro paisanos, pues el resto se plantaba en la Pradera de San Juan, donde entre hogueras, bailes y ritos que hedían a paganismo puro y duro (desde echar conjuros al agua hasta hendir encinas para cruzar a los guachos), la mitad del vecindario se dedicaba a medio embriagarse, y la otra mitad a hacerlo por completo. Después una parte cruzaba el puente que el devoto escribano Cera había levantado para otros fines más piadosos y acababa dando la murga en San Julián, lugar que tenía otra categoría y caché.

En 1809, durante la Guerra de la Independencia, las tropas napoleónicas arrasaron la ermita y talaron el lugar, no dejando de los árboles sino tocones, y de los edificios paredes, y no todas. En lo precario de los tiempos, hubo que esperar hasta 1816 para que el Cabildo pudiese dedicar 1.900 reales para acometer la reconstrucción, complicada por los atropellos a que los pastores, ahora sin ley ni fueros, sometían a los sucesivos santeros del lugar. Según parece, desde 1816 a 1824 se sucedieron cuatro santeros, que huían despavoridos a golpe de amenazas que de vez en cuando degeneraban en allanamientos, agresiones y palizas. Hasta que se presentó voluntario al puesto un “hombre fuerte”, vecino de Cuenca y por gracia Martín Andrés, que no era hueso tan fácil de roer. Es una pena no saber más del desempeño en el cargo de tal Martín, que seguramente nos dejaría algún que otro episodio chusco y costumbrista.

Aparejada la ermita no pudo disfrutar mucho de paz, pues enseguida le llegó el siguiente sobresalto: las Desamortizaciones, que acabaron con tanto patrimonio eclesiástico por toda la geografía conquense. San Julián del Tranquillo tuvo una suerte loca: desamortizado y sacado a subasta por 1.125 pesetas en el año 1878, se lo agenció el Sr. Manuel Pajarón Ruiz Morquecho, que a poco de tenerlo en propiedad efectiva (en 1879) lo cedió (en 1881) al canónigo y doctoral de Cuenca, José Guarch Manero, con lo que de facto, bajo el amparo de la titularidad particular, volvió a control del Cabildo. El canónigo Guarch se encargó del mantenimiento del predio de San Julián hasta su muerte en 1886, en que lo dejó en herencia al obispo Valero, dignísimo y proceloso sucesor de San Julián, y de ahí a sus herederos hasta que acabó donde había salido, en una jugada de despachos digna de la mejor Episcópolis. En 1897 se anexó la ermita a la parroquia de Santiago de la ciudad de Cuenca.

Los sucesivos propietarios dieron cuerda larga al santero para que con el producto de huertas y árboles subsistiese y mantuviese aderezada la ermita, que de vez en cuando necesitaba reparaciones. Las hubo en 1874 y 1906, esta última a cargo del arquitecto Luis López de Arce, que entre torres que se le caían por desidia y Plan Carlevaris que tenía que perpetrar, es increíble que encontrara tiempo para reparar la alberca y poco más.

En la Guerra Civil la ermita quedó de nuevo devastada y reducida a la ruina, con el expolio o destrucción de todo lo que contenía, que no era mucho ni de especial valor salvo en lo devocional. En posguerra hubo que volver a empezar, y fue el tirón popular de gentes y cofrades julianos el que sacó el santuario adelante, y así erre que erre hasta nuestros días, perfecto ejemplo de religiosidad popular en la ciudad de Cuenca. Por cierto, cuando abajo haya material de obra o saquitos de cemento o arena, haga el respetable el favor de coger algo en la medida en que sus fuerzas se lo permitan, y subirlo por el escalerón hasta la ermita, que San Julián y los hermanos se lo agradecerán.

Y queda el nombre. Aunque ya está plenamente institucionalizado y no seré yo el que lo llame de otra manera, lo de San Julián ‘El Tranquilo’ data presumiblemente de finales del siglo XIX. Mi tío bisabuelo, el canónigo Eusebio Ramírez, escribió en 1919 un corto opúsculo sobre la ermita de San Julián del Tranquillo (que estoy fielmente siguiendo para redactar estas líneas) donde ya aborda la cuestión:

“…el vulgo en nuestros días aún nombra dicho sitio como ‘Tranquillo’, quizás con más razón que ‘Tranquilo’ con que le designa la gente culta que ha creído, a nuestro juicio, ver en esta palabra la verdadera significación, atendida la vida de reposo y tranquilidad, que en el paraje en cuestión debió hacer San Julían, palabra que en labios del pueblo se corrompió en ‘Tranquillo’ sin tener en cuenta que el discurrir así está en contradicción con el título, que aparece en todos los documentos, no redactados ciertamente por gente inculta, a saber, ‘Tranquillo’.















































































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